LOS APORTES DE DARÍO BETANCOURT ECHEVERRY A LA COMPRENSIÓN DEL PRESENTE»
Por Daniel PÉCAUT, Profesor de L’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y director de la tesis de Doctorado que Darío Betancourt preparaba cuando fue víctima de desaparición forzada.
El presente texto es la conferencia que dio Daniel Pécaut en el homenaje a Darío Betancourt en la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá en 1999, tres meses después de su desaparición forzada.
«Es la primera vez que vengo a hablar en la Universidad Pedagógica Nacional. Me hubiera gustado hacerlo en presencia de quien hasta hace poco era Director del Departamento de Ciencias Sociales, Darío Betancourt Echeverry, hace más de tres meses secuestrado. Su familia y todos nosotros, sus amigos, estamos esperando su regreso.
Me temo que los que cometieron este acto bárbaro no sepan quien es Darío Betancourt, un historiador que alcanzó merecido reconocimiento en Colombia y en el exterior por sus estudios sobre la historia regional del Valle. Por eso todos los que utilizamos su obra y la admiramos, decimos: ¡Esto no puede ser, dejen regresar a Darío!
Tengo una razón superior para estar aquí. Darío estaba matriculado conmigo en París en sus estudios de doctorado. Durante dos años, él y yo animamos un seminario sobre Colombia. ¿Quién era el profesor y quién el alumno? Éramos cada uno una cosa y otra sucesivamente. El fue mi profesor de la historia del Valle y le debo el conocimiento que sobre ella tengo. Es más, le debo una mayor comprensión de la historia de este país entre las décadas del 20 y del 60.
De la larga duración a lo micro
Lo mejor que puedo hacer es retomar sus libros, varios escritos con Martha Luz García, comentando sus aportes y lo que me ayudaron a entender a Colombia. Empezaré por los que me parecen sus tres aportes. Darío es de los que mostraron que no hay una historia del presente que no esté enterrada en una historia de larga duración. Segundo, no hay una historia política que no sea al mismo tiempo una historia social. Y por último, no hay historia macro de la sociedad que no tenga que apoyarse sobre una historia micro, de las veredas y los municipios. Miremos pues cada una de tales contribuciones.
1. Darío es un historiador del presente. Lo es, lo sabemos todos, y de los más sobresalientes. Pero lo es porque sabe en todo momento que no se pueden leer los fenómenos sociales sino a luz de los procesos históricos de conformación regional, a lo largo del proceso de su colonización. En sus trabajos aplica el precepto de Marc Bloch: hacer una historia retroactiva en la cual los rasgos de hoy dejan ver los rasgos del pasado.
Ahí están siempre a la orden del día las regulaciones precarias, a menudo violentas, que rigen la vida de las veredas, enraizadas en las regulaciones también precarias y violentas siempre prevalecientes. Están los gamonales tradicionales y los recién surgidos disputando el poder, al igual que en el pasado, donde se mantuvo una disputa permanente entre las ondas sucesivas de élites. No es que no haya nada nuevo, en cada momento aparece algo distinto; pero lo nuevo no puede sino inscribirse en las estructuras construidas con anterioridad.
2. La historia política, si no quiere quedar limitada a una historia superficial y simplista, tiene que ser una historia social. Existen partidos, jefes, acontecimientos políticos. A menudo la gente cree que tiene una lógica autónoma. Y los historiadores a veces lo creen, pero Darío sabe que no es así. Detrás de lo público es preciso buscar cómo se mueven los intereses sociales, o cómo lo público está siendo instrumentalizado al servicio de unos intereses. Con mayor razón hay que hacerlo cuando se trata de sociedades de reciente construcción, como sería el caso de los municipios del norte del Valle en las primeras décadas de este siglo, resultado de la colonización Antioqueña.
El problema en este caso es fundacional. Se inventa, al mismo tiempo, una sociedad política y unas estructuras sociales, las dos estrechamente relacionadas. La mezcla entre las formas políticas y las formas sociales continua hasta hoy día. Darío es un investigador de lo social y por eso es uno de los maestros de la genuina historia política.
3. Lo micro y lo macro no se pueden aislar. En París, Darío alcanzó a leer autores Italianos como Ginzburg y Giovani Levi. Pero bien hubiera podido prescindir de estas lecturas porque sabía como el nivel micro contiene los secretos del nivel macro. Al nivel micro, las obras de él y Martha García pusieron de relieve, con gran talento, que las instituciones, las estructuras de poder y las estructuras cognitivas no son sino el producto de las interacciones entre los actores y entre unas instituciones fundadas sobre intereses, creencias y coacciones. Lo mismo vale para el nivel macro, tanto porque lo nacional deriva en Colombia, más que en otras partes, de las interacciones entre las regiones; como por que la normatividad legal es el derivado precario de las transacciones entre grupos manejando variados recursos de poder.
De los mediadores al traslado partidista
Pero ahí no concluyen los aportes sustantivos del trabajo de Darío. Para no perderme tomaré como punto de partida dos hechos descritos en su obra. Primero, la función de mediadores desempeñada por quienes consiguen el poder local.
Segundo la manera como el inicial reclutamiento sobre una base partidista, lleva posteriormente al cambio de afiliación a medida que se producen transformaciones en el poder nacional, de manera especial durante el tiempo de la Violencia. Los dos hechos ofrecen una llave de comprensión de multitud de fenómenos.
1. La noción de mediadores tiene gran importancia en los análisis de Darío. Por medio de ellos encontramos de nuevo el vínculo entre lo político y lo social. La ocupación de baldíos o de tierras con título dudoso es un proceso que supone mediadores: aquellos que se las arreglan para tener el monopolio de la atribución de títulos, o al menos su control. Ahí está el caso de Trujillo y el conflicto entre Leocaldo Salazar, quien vende las tierras que los colonos cultivan, y Ernesto Pedraza, quien construye su poder político defendiendo a los otros.
Pero los mediadores son también los que adquieren poder por medio del control ejercido sobre las relaciones entre la comunidad local y el gobierno departamental, gracias al mercado de votos que dominan. En la demostración de la dinámica de intercambio entre el municipio y el departamento, Darío emplea un razonamiento en términos de estrategia organizacional tal como está siendo desarrollada por Crozier. Para acumular poder se necesita, primero, inventar una comunidad mediante la creación de municipios y asegurar su caudal electoral acudiendo a todas las formas de coacción y de violencia necesarias. Después, con esos votos, se negocia en posición de fuerza con los dirigentes políticos departamentales. Allí reside el intercambio entre votos e inversiones y ahí descansa la fuerza del mediador. Aparece el análisis estratégico: el poder está ligado a la capacidad de controlar la incertidumbre mediante el manejo antojadizo de los votos, a fin de obtener el mayor beneficio de las autoridades de otros niveles bajo la amenaza de apoyo a competidores de otro lugar.
Mediador es también el que impone las normas locales. Ya las primeras juntas de colonizadores de los años 20, muestra Darío, imponen reglamentos en relación con los comportamientos de la gente. Los mediadores de las décadas siguientes también lo hacen, salvo que las normas se vuelven arbitrarias conforme a sus objetivos inmediatos.
El mediador es finalmente el que simboliza como se van construyendo mundos sociales, inclusive instituciones locales en nada relacionadas con reglas jurídicas ni con eslabones del Estado burocrático. La organización de la sociedad local deriva de su dinámica interna y de la aplicación de normas generales definidas en el Estado central.
Todavía quedan analistas que se preguntan por eso de la «precariedad del Estado», si a muchos pueblos llegan la electricidad, las carreteras y los puestos de policía. Esos analistas deben leer a Darío y entender entonces aquella precariedad: el funcionamiento del poder local se basa en prácticas y «reglas de hecho» que escapan al control del Estado – lo que Darío llama la privatización del espacio público -, obligando al Estado a transar de forma permanente con el poder local. Todo un análisis que en su obra cobra cuerpo vía el tema de las mediaciones.
2. Aparece el otro punto, el traslado de parte de la población de un partido al otro debido a la coacción. Creo que nada puede ilustrar mejor los límites de la ciudadanía en Colombia. La ciudadanía supone identidades colectivas autogeneradas a base de elementos comunes en términos de clases, religión, cultura local. Supone la conciencia de un conjunto de derechos que el Estado debe reconocer. Supone que, más allá de las desigualdades, se impone la convicción de una similitud entre las personas, retomando la palabra utilizada por Tocqueville en su comentario sobre el nuevo «tema generador de las sociedades modernas que es la igualdad».
Los cambios en las afiliaciones partidistas muestran, en primer lugar, que en el Norte del Valle no existe la posibilidad de entidades autogeneradas. Las identidades son en gran parte el resultado de la imposición; quienes no la aceptan corren el riesgo de perder su tierra y a menudo su vida. Pero el mérito de Darío es también el de subrayar la dimensión individualista de los colonos, relacionada con la diversidad de su proyección y sus trayectorias. Así que lo común, lo «comunitario», no es producto de su solidaridad sino de las reglas impuestas por los jefes locales. Como lo anota Gonzalo Sánchez en el prólogo de una de las obras de Darío, el norte del Valle es una zona bastante rica, gracias al café, en la cual no se dan conflictos agrarios ligados a múltiples acciones colectivas y a una cultura popular, como aconteció en Sumapaz. Lo que hay en los municipios cafeteros del Valle es una doble relación estratégica, la de los individuos que tienen que adaptarse a las imposiciones del poder local, y la del poder local con el poder de otros niveles. Seria un tema fascinante de investigación esa población de «conversos políticos” y los efectos sobre sus identidades personales.
En segundo lugar tales cambios de afiliaciones partidistas significan la imposibilidad de constituir una esfera de derechos relacionados con una percepción de la justicia. Ni hay forma de armar una conciencia colectiva de tales derechos, ni un Estado capaz de hacerlos reconocer a nivel local.
En tercer lugar la referencia a la similitud no puede calificarse como un «hecho generador». No es que los jefes locales sean oligarcas de vieja estirpe mantenidos en una visión jerárquica semejante a la del régimen colonial. Lo que distingue a los jefes de los campesinos es la apropiación del poder político, fuente del poder social. De allí que el mantenimiento del orden supone siempre acudir a la fuerza, activa o potencial. Se trata de una realidad opuesta a la microfísica del poder de Foucault y sus teorías de las disciplinas, pero también a las tesis del proceso civilizatorio de Elías. Es una realidad fusionada en dinámicas de redes privadas de poder que no determinan los impulsos sino que se apoyan sobre ellos, que no se subordinan a una regulación de conjunto sino que generan fragmentación como recurso de poder. Los partidos mismos no son instancias unificadoras, sino el producto de una negociación permanente entre poderes de variados niveles. Tampoco el mercado constituye una instancia reguladora. Lejos de la autorregulación el mercado, a su turno, está permeado por las relaciones de poder. Sin institucionalización política estable, sin la idea de mercado regulado, la construcción de la sociedad no puede ser sino un proceso siempre inacabado donde las regulaciones precarias y la violencia se entremezclan en todo momento.
Tales son los aportes del historiador Darío Betancourt. No son pocos. Es necesario subrayar que sirven para descifrar el presente, las luces de sus análisis sobre el conflicto de hoy son obvias. Quién quiera entender los días actuales debe seguir las ens eñanzas de Darío Betancourt.
En efecto, para ello es fundamental partir de las transformaciones que sacudieron la sociedad. Los recursos económicos aparecidos en los últimos años trajeron multitud de transformaciones brutales. El surgimiento de nuevas redes de poder acabaron las antiguas redes, sin que hubieran gobiernos con capacidad de dar sentido a transformaciones tan salvajes. Las redes de poder privado ya están diseminadas en todo el territorio nacional. Más que nunca, imponen sus reglas a la población. Y lo hacen de tal manera que no queda otra alternativa que callarse, adaptarse a los dueños locales, o huir.
La diferencia con el pasado es que ya no es posible hablar de mediadores. Los protagonistas armados, si se quiere, median hacia adentro imponiendo su concepto de orden a la población. Pero no median hacia afuera sino que constituyen soberanías alternativas yuxtapuestas a la soberanía del Estado. Ahí está implicada una «modernización» por cuanto desplazan a las viejas élites, pero sin alcanzar a dar sentido a tal proceso. Circula el poder en bruto, sin producir un nuevo imaginario colectivo. Lo tradicional y lo moderno se combinan en todos los aspectos, políticos, culturales, sociales, sin que se llegue a ingresar realmente la modernidad.
En Colombia no se ha podido inventar una memoria distinta a la de la violencia, ni hacer que la gente alcance a creer que más allá del sufrimiento es posible una historia nacional con sentido.
Lo repito, me hubiera gustado pronunciar esta charla en presencia de Darío Betancourt. Son muchos los afectados por la violencia en Colombia. No podemos dejar de pensar en ellos, pero me pasó con el secuestro de Darío lo mismo que tantos otros han experimentado en Colombia: la sorpresa, la incredulidad, la indignación. Secuestrando a Darío no solo se secuestra un gran historiador, se secuestro algo del espacio académico, espacio tan fundamental para ofrecer un futuro al país. Todos, sean del Estado o de cualquier grupo privado, deben saber que estamos esperando su regreso entre nosotros. Esta vez como su profesor, digo de manera solemne que toda la comunidad académica internacional tiene los ojos puestos sobre el secuestro de uno de sus miembros.»
Análisis Político, N° 38. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI),
Universidad Nacional de Colombia.
//»LES APPORTS DE DARÍO BETANCOURT ECHEVERRY À LA COMPRÉHENSION DU PRÉSENT»
Par Daniel PÉCAUT, professeur à L’École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris et directeur de la thèse de Doctorat que Darío Betancourt préparait lors de sa disparition forcée.
Quelques extraits choisis de la conférence que Daniel Pécaut a donnée en 1999 en hommage à Darío Betancourt au sein de l’Université Pedagógica Nacional de Bogotá, trois mois après sa disparition forcée.
«C’est la première fois que je viens parler à l’Univeristé Pedagógica Nacional. J’aurais aimé le faire en présence de celui qui était jusqu’à il y a peu le Directeur du Département de Sciences Sociales, Darío Betancourt Echeverry, séquestré depuis plus de trois mois. Sa famille et nous tous, ses amis, attendons son retour.
Je crains que ceux qui ont commis cet acte barbare ne sachent pas qui est Darío Betancourt, un historien qui a atteint une reconnaissance méritée en Colombie et à l’étranger pour ses études sur l’histoire régionale du Valle. C’est pour cette raison que tous ceux qui avons recours à son oeuvre et l’admirons, disons: Ce n’est pas possible, laissez rentrer Darío!
J’ai une raison supérieure d’être ici. Darío était inscrit avec moi à Paris pour ses études de doctorat. Pendant deux ans, lui et moi avons animé un séminaire sur la Colombie. Qui était le professeur et qui était l’élève? On était chacun une chose et l’autre successivement. Il fut mon professeur de l’histoire du Valle et je lui dois la connaissance que j’en ai. De plus, je lui dois une plus grande compréhension de l’histoire de ce pays entre les années 20 et 60.
De la longue durée au micro
La meilleure chose que je puisse faire c’est de reprendre ses ouvrages, dont plusieurs ont été écrits avec Martha Luz García, commentant ses apports et comment ils m’ont aidé à comprendre la Colombie. Je commencerai par ceux qui me semblent être ses trois apports. Darío est de ceux qui ont montré qu’il n’y as pas d’histoire du présent qui ne soit pas enracinée dans une histoire de longue durée. Deuxièmement, il n’y a pas d’histoire politique qui ne soit pas en même temps une histoire sociale. Et enfin, il n’y a pas d’histoire macro de la société qui n’ait pas à s’appuyer sur une histoite micro, des hameaux et des communes. Regardons donc chacune de ces contributions.
1. Darío est un historien du présent. Il l’est, nous le savons tous, et des plus remarquables. Mais il l’est car il sait qu’à tout moment on ne peut lire les phénomènes sociaux qu’à la lumière des processus historiques de conformation régionale, tout au long du processus de sa colonisation. Dans ses travaux il applique le précepte de Marc Bloch: faire une histoire rétroactive dans laquelle les traits d’aujourd’hui laissent voir ceux du passé.
Sont toujours là à l’ordre du jour les régulations précaires, souvent violentes, qui régissent la vie des zones rurales, enracinées dans les régulations également précaires et violentes toujours prévalentes. Les caciques traditionnels et les récemment surgis sont là se disputant le pouvoir, de même que par le passé, où une dispute permanente a eu lieu entre les ondes successives d’élites. Ce n’est pas qu’il n’y ait rien de nouveau, à chaque moment apparaît quelque chose de différent; mais le nouveau ne peut que s’inscrire dans les structures construites antérieurement.
2. L’histoire politique, si elle ne veut pas demeurer limitée à une histoire superficielle et simpliste, doit être une histoire sociale. Il existe des partis, des chefs, des événements politiques. Souvent les gens croient qu’ils ont une logique autonome. Et les historiens le croient parfois, mais Darío savait qu’il n’en était pas ainsi. Derrière ce qui est public il est bon de chercher comment se meuvent les intérêts sociaux, ou comment le public est instrumentalisé au service de quelques intérêts. Il faut le faire d’autant plus quand il s’agit de sociétés de récente construction, comme ce serait le cas pour les communes du nord du Valle dans les premières décennies de ce siècle, résultat de la colonisation Antioqueña.
Le problème dans ce cas est fondationnel. On invente, en même temps, une société politique et des structures sociales, les deux étroitement liées. Le mélange des formes politiques et des formes sociales continue jusqu’à nos jours. Darío est un chercheur du social et c’est pour cela qu’il est un des maîtres de l’authentique histoire politique.
3. Le micro et le macro ne peuvent être séparés. À Paris, Darío a pu lire des auteurs italiens tels que Ginzburg et Giovani Levi. Mais il aurait bien pu s’en passer parce qu’il savait comment le niveau micro contient les secrets du niveau macro. Au niveau micro, ses oeuvres avec Martha García ont mis en relief, avec grand talent, que les institutions, les structures de pouvoir et les structures cognitives ne sont que le produit des interactions entre les acteurs et des institutions fondées sur des intérêts, des croyances et des coactions. La même chose vaut pour le niveau macro, tant parce qu’en Colombie le national dérive, plus qu’ailleurs, des interactions entre les régions; que parce que la normativité légale est le dérivé précaire des transactions entre groupes maniant des ressources de pouvoir variées.
Des médiateurs au transfert partidiste
Mais les importants apports du travail de Darío ne s’arrêtent pas là. Pour ne pas me perdre je prendrai comme point de départ deux faits décrits dans son oeuvre.
D’abord, la fonction de médiateurs remplie par ceux qui atteignent le pouvoir local.
Deuxièmement la façon dont l’initial recrutement sur une base partidiste, amène postérieurement au changement d’affiliation à mesure que se produisent des transformations dans le pouvoir national, spécialement pendant la période de la Violencia. Les deux faits offrent une clé de compréhension d’une multitude de phénomènes.
1. La notion de médiateurs a une grande importance dans les analyses de Darío. Par leur biais nous retrouvons le lien entre le politique et le social. L’occupation de baldíos ou de terres avec un tître douteux est un processus qui suppose des médiateurs: ceux qui s’arrangent pour avoir le monopole de l’attribution de tîtres, ou au moins son contrôle.
C’est le cas de Trujillo et du conflit entre Leocaldo Salazar, qui vend les terres que les colons cultivent, et Ernesto Pedraza, qui construit son pouvoir politique en défendant les autres.
Mais les médiateurs sont également ceux qui acquièrent du pouvoir au moyen du contrôle exercé sur les relations entre la communauté locale et le gouvernement départemental, grâce au marché de votes qu’ils dominent. Dans la démonstration de la dynamique d’échange entre la commune et le département, Darío employait un raisonnement en termes de stratégie organisationnelle telle qu’elle est développée par Crozier. Pour accumuler du pouvoir il faut, d’abord, inventer une communauté par le biais de la création de communes et assurer son vivier électoral en ayant recours à toutes les formes de coaction et de violence nécessaires. Ensuite, avec ces votes, l’on négocie en position de force avec les dirigeants politiques départementaux. C’est là que réside l’échange entre votes et investissements et c’est là que repose la force du médiateur. Apparaît l’analyse stratégique: le pouvoir est lié à la capacité de contrôler l’incertitude au moyen du maniement capricieux des votes, afin d’obtenir le bénéfice majeur des autorités d’autres niveaux, sous la menace d’un appui à des concurrents .
Médiateur est également celui qui impose les normes locales. Déjà les premières assemblées de colonisateurs des années 20, montre Darío, imposent des règlements en relation avec les comportements des gens. Les médiateurs des décennies suivantes le font également, sauf que les normes deviennent arbitraires conformément à leurs objectifs immédiats.
Le médiateur est finalement celui qui symbolise comment se construisent au fur et à mesure des mondes sociaux, y compris des institutions locales qui ne sont en rien en lien avec des règles juridiques ou avec des chaînons de l’État bureaucratique. L’organisation de la société locale dérive de sa dynamique interne et de l’application de normes générales définies au niveau de l’État central.
Il y a encore des analystes qui s’interrogent au sujet de la «précarité de l’État», alors que l’éléctricité, les routes et les postes de police arrivent jusqu’à de nombreux villages. Ces analystes doivent lire Darío et comprendre alors cette précarité: le fonctionnement du pouvoir local se base sur des pratiques et des «règles de fait» qui échappent au contrôle de l’État – ce que Darío appelait la privatisation de l’espace public – obligeant l’État à trouver un compromis de manière permanente avec le pouvoir local. Toute une analyse qui prend corps dans son oeuvre via la thématique des médiations.
2. Apparaît l’autre point, le transfert de la population d’un parti à l’autre du fait de la coaction. Je crois que rien ne peut mieux illustrer les limites de la citoyenneté en Colombie. La citoyenneté suppose des identités collectives autogénérées à base d’éléments communs en termes de classes, religion, culture locale. Elle suppose la conscience d’un ensemble de droits que l’État doit reconnaître. Elle suppose qu’au-delà des inégalites, s’impose la conviction d’une similitude entre les personnes, reprennant le mot utilisé par Tocqueville dans son commentaire sur le nouveau «thème générateur des sociétés modernes qu’est l’égalité».
Les changements dans les affiliations partidistes montrent, en premier lieu, que dans le Nord du Valle n’existe pas la possibilité d’entités autogénérées. Les identités sont en grande partie le résultat de la contrainte; ceux qui ne l’acceptent pas courent le risque de perdre leur terre et souvent leur vie. Mais le mérite de Darío est aussi de souligner la dimension individualiste des colons, rattachée à la diversité de leur proyection et trajectoires. Ainsi le commun, le «communautaire» n’est pas le produit de leur solidarité mais des règles imposées par les chefs locaux. Comme le note Gonzalo Sánchez dans la préface d’une des oeuvres de Darío, le nord du Valle est une zone très riche, grâce au café, dans laquelle ne surviennent pas des conflits agraires liés à de multiples actions collectives et à une culture populaire, comme cela s’est passé dans le Sumapaz. Ce qu’il y a dans les communes caféières du Valle c’est une double relation stratégique, celle des individus qui doivent s’adapter aux contraintes du pouvoir local, et celle du pouvoir local avec le pouvoir à d’autres niveaux. Cette population de «convertis politiques» et les effets sur leurs identités personnelles serait un sujet fascinant de recherche.
En deuxième lieu de tels changements d’affiliations partidistes signifient l’impossibilité de construire une sphère de droits en rapport avec une perception de la justice. Il n’y ni manière de créer une conscience collective de tels droits, ni un État capable de les faire reconnaître au niveau local.
En troisième lieu la référence à la similitude ne peut pas être qualifiée de «fait générateur». Ce n’est pas que les chefs locaux soient des oligarques de vieille souche maintenus dans une vision hiérarchique semblable à celle du régime colonial. Ce qui distingue les chefs des paysans c’est l’appropriation du pouvoir politique, source du pouvoir social. De là que le maintien de l’ordre suppose toujours de recourir à la force, active ou potentielle. Il s’agit d’une réalité opposée à la microphysique du pouvoir de Foucault et ses théories des disciplines, mais aussi aux thèses du processus civilisateur d’Elias. C’est une réalité fusionnée dans des dynamiques de réseaux privés de pouvoir qui ne déterminent pas les impulsions mais qui s’appuient sur elles, qui ne se subordonnent pas à une régulation d’ensemble mais qui génèrent de la fragmentation comme recours de pouvoir. Même les partis ne sont pas des instances unificatrices, mais le produit d’une négociation permanente entre des pouvoirs de différents niveaux. Le marché ne constitue pas non plus une instance régulatrice. Loin de l’autorégulation le marché, à son tour, est pénétré par les relations de pouvoir. Sans institutionnalisation politique stable, sans l’idée d’un marché régulé, la construction de la société ne peut être qu’un processus toujours inachevé où les régulations précaires et la violence s’entremêlent à tout moment.
Tels sont les apports de l’historien Darío Betancourt. Ils ne sont pas peu nombreux. Il est nécessaire de souligner qu’ils sont utiles pour déchiffrer le présent, les lumières de ses analyses sur le conflit d’aujourd’hui sont évidentes. Qui veut comprendre les jours présents doit suivre les enseignements de Darío Betancourt.
En effet, pour cela il est fondamental de partir des transformations qui ont ébranlé la société. Les ressources économiques apparues ces dernières années ont amené une multitude de transformations brutales. L’émergence de nouveaux réseaux de pouvoir ont achevé les anciens réseaux, sans qu’il y ait eu des gouvernements capables de donner du sens à des transformations aussi sauvages. Les réseaux de pouvoir privé sont déjà disséminés sur tout le territoire national. Plus que jamais, ils imposent leurs lois à la population. Et ils le font de telle façon qu’il ne reste pas d’autre alternative que se taire, s’adapter aux propriétaires locaux, ou fuir.
La différence avec le passé c’est que ce n’est plus possible de parler de médiateurs. Les protagonistes armés, si l’on veut, médient vers l’intérieur imposant leur concept d’ordre à la population. Ils ne médient pas vers l’extérieur mais ils constituent des souverainetés alternatives juxtaposées à la souveraineté de l’État. Une «modernisation» est impliquée en ce qu’ils déplacent les vieilles élites, mais sans réussir à donner du sens à ce processus.
Le pouvoir circule en brut, sans produire un nouvel imaginaire collectif. Le traditionnel et le moderne se combinent dans tous les aspects, politiques, culturels, sociaux, sans que l’on arrive à entrer réellement dans la modernité.
En Colombie l’on n’a pas pu inventer une mémoire distincte de celle de la violence, ni faire que les gens réussissent à croire qu’au-delà de la souffrance est possible une histoire nationale avec du sens.
Je le répète, j’aurais aimé prononcer cette conférence en présence de Darío Betancourt. Il y a beaucoup de personnes affectées par la violence en Colombie. Nous ne pouvons pas arrêter de penser à eux, mais il m’est arrivé avec la séquestration de Darío la même chose que tant d’autres ont expérimenté en Colombie: la surprise, l’incrédulité, l’indignation. En séquestrant Darío l’on ne séquestre pas seulement un grand historien, on a séquestré quelque chose de l’espace académique, espace si fondamental pour offrir un futur au pays. Tous, qu’ils fassent partie de l’État ou d’un quelconque groupe privé, doivent savoir que nous attendons son retour parmi nous. Cette fois en tant que son professeur, je dis de manière solennelle que toute la communauté académique internationale a ses yeux rivés sur la séquestration de l’un de ses membres.»//