«ANÁLISIS SINCRÓNICO DE UN AMIGO»
Homenaje a Darío Betancourt Echeverry por Gonzalo SÁNCHEZ en el XI avo Congreso Colombiano de Historia el 22 de Agosto del 2000 en Bogotá.
«Es difícil hablar de la obra de los muertos que se fueron por causas «naturales».
Es mucho más difícil hablar de la obra de quienes se han ido por la demencia de los que aún quedan vivos. Es difícil hablar de la obra terminada de un autor. Es muy difícil hablar de la obra que no pudo ser. Es difícil hablar de una obra inconclusa cuando toca temas cercanos a los nuestros. Y es aún más difícil hablar de la obra inconclusa cuando, como en este caso, ella hace parte de la nuestra, a tal punto que resulta imposible precisar en qué medida hubiéramos podido estar en empresas conjuntas, o hasta qué punto sus trabajos futuros hubieran incidido en los futuros nuestros, los hubiera modificado, complementado o desmentido para bien del conocimiento de nuestro país y de la disciplina histórica. Algo, pues, con Darío Betancourt le ha sido arrebatado a los estudios de la violencia, algo con él ha sido arrebatado al desarrollo y a la enseñanza de la historia.
Estas notas son pues una invitación a continuar la obra de los muertos que aquí evocamos. Al fin y al cabo esa es la tarea de los vivos : prolongar la memoria de los que han partido antes. La memoria y la historia, lo sabemos, son esencialmente selectivas.
Olvidan muchas cosas. No hay que aceptarles pasivamente ese papel… a la memoria y a la historia hay que pedirle que revivan cosas. Esta será entonces una velada de reminiscencias.
Darío era no sólo un estudioso, era un militante de la historia y un rebelde nato.
Como alumno Darío era al mismo tiempo tremendamente incómodo y tremendamente estimulante. Espero que no se entienda como expresión de arrogancia de mi parte si digo que su tesis de maestría sobre «los pájaros y las cuadrillas en el Valle» era un debate abierto con mis tesis sobre el bandolerismo y mis periodizaciones de la Violencia. Y presiento que con Daniel Pécaut tenía una similar relación, de admiración y de insubordinación. Eso era lo que animaba su sentido de creatividad : un afán de ruptura permanente con sus maestros. Y eso no se traducía en resentimientos o en pérdida de la amistad. Una o dos semanas antes de su desaparición le había devuelto con comentarios fuertes un trabajo que preparaba para una publicación colectiva y temática sobre Colombia, en los Estados Unidos. Su respuesta como siempre fue : tranquilo Gonzalo… yo le trabajo a eso. No le dieron el tiempo de terminarlo… En el lanzamiento de su último libro fuí particularmente severo en su propio territorio, la Universidad Pedagógica, a tal punto que alguien distinto a él me reclamó por mi dureza. Darío escuchó atento y se mostró receptivo… Pero una semana después me buscó y me dijo… sus críticas me dejaron pensando… y comenzó el debate… fue sacando uno a uno los argumentos que se le habían quedado atragantados en aquella tarde de tertulia de la Pedagógica… Mi relación de amistad con él era pues de intercambio y controversia permanente. «Discrepar, como se dijo esta mañana citando a Flores Galindo, era una buena forma de aproximarnos».
Pero entendámonos bien desde el principio. Darío Betancourt no sólo escribió textos de historia. Fue un Educador obsesionado con el quehacer mismo del historiador, como instrumento liberador, en tres planos :
- La historia como acción política
- La historia como empresa pedagógica
- La historia como tarea crítica
Veamos con más detallé cada uno de estos tres ejes :
I. LA HISTORIA COMO ACCIÓN POLÍTICA
El oficio de historiador estaba ligado para Darío, ante todo, a un sentido de compromiso, que se advertía en la escogencia de sus temas y en su esfuerzo de vinculación del «producto historiográfico» a las luchas populares, preocupación muy patente desde uno de sus primeros escritos, aquél sobre «Ideología y Revuelta de los Comuneros»… No es por supuesto la única obra en la cual se percibe este rasgo. Porque Darío, repito, no era sólo un estudioso, era un militante de la historia. Hacía parte de una corriente profesionalizada y fortalecida con el diálogo interdisciplinario que escribía con una funcionalidad declarada : tratárase de la Historia colonial, republicana o contemporánea, hacía Historia para el presente. Nutría de pasado, es decir de memoria, a los actores sociales y políticos de hoy.
Esta vocación política de su trabajo de historiador se hace patente también en su obra a través de la centralidad del conflicto, el cual explora en todas sus etapas, modalidades y estructuras organizativas : desde la Colonia hasta hoy y desde lo local hasta lo nacional, pasando por lo regional, Darío se ocupó de un campo de la reflexión contemporánea, la violencia, sobre el cual la producción y la información, masivas, se están volviendo prácticamente incontrolables. Trató en consecuencia obsesivamente de ponerle orden a uno de los núcleos temáticos que la investigación histórica de nuestro país tenía abandonado y que en el Prólogo a su libro «Matones y Cuadrilleros» llamé los Contras del proceso social y político, es decir, ese mundo de los contra héroes, al cual pertenecen pájaros, paras, narcos y traqueteos que él exploró desde las altas cúpulas organizadoras e inspiradoras hasta sus intermediarios y ayudantes instrumentalizados…
De eso se venía ocupando desde cuando lo conocí; y a eso se dedicaba todavía bajo la dirección de Daniel Pécaut, tratando de escudriñar las regularidades y diferencias con otras experiencias internacionales. Quizás deba subrayarse que a diferencia de su coterráneo Álvarez Gardeazábal, que trató de hacer tales personajes entendibles, Darío los exponía a la condena pública y al escarnio poniendo en evidencia sus pequeñeces, sus mezquindades, sus cobardías, sus depravaciones, sus atrocidades. La suya era una Historia-Denuncia. Su combate por la historia, si se me permite parodiar el tema de Lucien Febvre, era : levantar prontuarios. Para Darío la historia no podía tener complicidades con el pasado… con los silencios interesados.
Queda claro que su empeño por hacer historia no obedecía a un impulso de repliegue sobre sí mismo, o de huída a un mundo lejano del presente, esa especie de síntoma de neurosis o de forma de evasión que el gran medievalista Georges Duby considerara tan inherente al trabajo de historiadores y antropólogos. No. En Betancourt el pasado sólo tenía sentido en tanto permitiera resignificar el futuro. La apuesta por la historia era una apuesta por la transformación de la sociedad vigente. Intelectualmente se declaraba heredero de la tradición británica de historia social. Los autores que más leía y citaba eran Edward Thompson, Eric Hobsbawm, el noruego-británico George Rudé, y en su ultima etapa, por razón de su tesis en París, los estudiosos de la criminalidad italiana organizada.
II. LA HISTORIA COMO EMPRESA PEDAGÓGICA
El papel de Darío en el Movimiento Pedagógico, del cual fue un animador notable, se puede ilustrar brevemente con sus textos, con sus proyectos culturales y con sus preocupaciones investigativas.
- Textos como el de «Historia de la Edad Media» y el de Historia de Colombia en la época colonial, producidos para el Programa de Educación a Distancia de la Universidad Santo Tomás, orientado a la Primaria, le permitían responder a una doble exigencia : por un lado a la de moverse en todos los escalones de la estructura escolar, desde los más elementales hasta los más complejos; y por otro lado, la que más valoraba, la posibilidad de llegar al pueblo, rompiendo los elitismos de la Universidad y la educación presencial. Con un módulo, repetía insistentemente, se podía llegar a más gente que con un libro. La Universidad Santo Tomás, como era previsible, no toleró el experimento y lo despidió, lo mismo que a su colega Renán Vega. Y sí ustedes quieren agrandar la lista pueden incluírme a mí, despedido por idénticas razones a fines de 1975, recién regresado de Inglaterra, no obstante las libertades expresas que me habían ofrecido y no obstante que en dicha universidad se celebraba con cierto entusiasmo la «revolución de los claveles» de Portugal.
- Así mismo el hecho de ser historiador en una universidad como la Universidad Pedagógica, a la cual se trasladó luego de su retiro forzoso de la Santo Tomás, lo compelía a pensar en las relaciones entre la historia que se produce y la historia que se enseña. Esa era una de sus preocupaciones centrales en los últimos años y estaba en el escenario académico preciso para hacerlo. De aquí salió su texto «La enseñanza de la historia a tres niveles», una reflexión sobre las relaciones orgánicas, entre la historia que se ha producido (la historiografía); los procesos de formulación del programa de los cursos que se imparten, y por último la crítica a los textos que sirven de vehículo a la transmisión del saber historiográfico. Estos fueron, adicionalmente, insumos para la creación de la «Maestría en Enseñanza de la Historia», tarea en la cual tras su regreso de Francia y como Director del Departamento de Ciencias Sociales fue secundado nuevamente por su colega Renán Vega. Con el propósito de crear un espacio en donde los estudiantes se acercaran a las fuentes, se «metieran al barro», como decía él, dio impulso decisivo a la creación del Centro de Documentación Germán Colmenares.
- Como última fase de esta función pedagógica hay que destacar su entusiasmo en el diseño del Observatorio sobre Violencia y convivencia escolar y en general sobre el tema de la violencia juvenil.
Después de sus incursiones en los grandes temas de la política, o quizás paralelo a ellos, (como lo señala Pécaut) se proponía rastrear las manifestaciones de la violencia de núcleos primarios como la escuela, que él veía a la vez como multiplicador de conflictos pero también como multiplicador de posibilidades inexploradas.
Otro aspecto que no podemos omitir es, desde luego, el de la peculiar relación Maestro-Alumno que estableció Darío en la Pedagógica. Sólo quien haya pasado por la Universidad Pedagógica y hablado con los diferentes estamentos universitarios podrá advertir el impacto que Darío produjo en la vida institucional y cotidiana de ese centro universitario. Darío quería mantener a los estudiantes de la Universidad en permanente actitud de reflexión y de debate.
Creó grupos de tabajo como el taller de historia «Rescatemos» y otro que llamó «la culebra». Desde esos talleres inducía a los estudiantes a cumplir una nueva función. Así lo consignó en una entrevista cuya segunda parte quedó inconclusa. Hay que abogar, decía allí, «por un movimiento estudiantil cuya función esencial era estudiar, reivindicando la Academia y que sólo desde la Academia podía servirle a los intereses de las clases subalternas; es decidir desde el conocimiento claro de la estructura política, de cómo funciona el Estado; cómo es la dependencia y cómo es el problema del imperialismo… esa es su contribución al movimiento popular…». Defendía ardorosamente la legitimidad de la protesta y el ejercicio de condena a la injusticia social, más aún, las consideraba un deber, pero eso no le impedía denunciar como contraproducente y estéril lo que llamaba el cuasi-espectáculo de los rituales de unos cuantos encapuchados que atentaban de hecho contra el transeúnte y el ciudadano raso de la 72. Se involucraba en las asambleas estudiantiles, promovía la organización de los estudiantes y planteaba la necesidad de transformar a la Universidad desde sus bases. Darío era una figura pública en la Universidad Pedagógica.
Fué generoso con sus alumnos. Cuando estuvo en Francia adelantando su doctorado con el profesor Pécaut escribía periódicamente cálidas cartas a sus estudiantes transmitiéndoles su experiencia personal, sus vivencias, sus hallazgos, sus análisis de lo que veía en Europa. Y para que no quedara duda de su respeto a los estudiantes le encargó a uno de sus alumnos el prólogo de su último libro. Por qué tienen que ser siempre los maestros, apuntaba entre irónico y desafiante. También les exigía : en la elaboración de uno de los periódicos que no se podría llamar mural sino colgante, puesto que se exhibía pendiendo de una cuerda en los patios centrales de la Universidad, demandaba que un miembro del grupo de trabajo escribiera sobre lo local, otro sobre lo nacional y un tercero sobre lo internacional. Esa mirada múltiple permeaba todas sus reflexiones.
Luchó hasta lograr institucionalizarlo, que las llamadas prácticas docentes fueran reemplazadas por Tesis, como requisito de grado, que le permitieran a los graduandos empaparse de problemas de la realidad nacional. Él mismo dirigía un buen número de monografías.
Creó espacios informales para compartir la cotidianidad con los alumnos y para estimular la participación colectiva de los mismos… Sólo él tenía el carisma para darle continuidad y sustancia a un escenario de vida académica como las «Tertulias» periódicas de los Viernes en el auditorio… Estuve un par de veces allí por invitación de Darío, una dicho sea de paso, para hacer un comentario crítico a su último libro. Por allí desfilaron investigadores nacionales pero también cuanto investigador internacional transitara por Colombia : a instancias suyas hicieron exposiciones sobre diferentes tópicos Charles Bergquist, Josep Fontana, Joe Broderick, Heraclio Bonilla, Pierre Raymond… A veces en las tertulias se establecía interlocución directa con representantes de actores sociales en conflicto, los pescadores, por ejemplo. Y cuando no había invitados especiales, simplemente se improvisaba un conversatorio sobre algún problema candente de la realidad nacional.
Los alumnos le retribuyeron con grandeza lo enseñado, lo aprendido, lo aportado. Tras su desaparición se repartieron por miles en la ciudad y, al decir de Javier, «escanearon» a Bogotá barrio a barrio, calle a calle, potrero a potrero, en busca del desaparecido. Pegaron afiches y los distribuyeron incluso por cuanto pueblo pasaban en sus prácticas de campo. Hicieron lo que llamaron el «Abrazo de la Universidad» y marcharon a la Defensoría del Pueblo para llamar la atención de las autoridades sobre su caso. Estamparon graffitis como éste : » Sólo nos falta un ser y todo está despoblado». Le escribieron sentidos poemas… Le cantaron. Expresaron a propósito de eso que vivieron como un despojo brutal, la rabia juvenil que aún queda contra la barbarie.
III. LA HISTORIA COMO TAREA CRÍTICA
Darío era un polemista nato, un rebelde; a veces y en el buen sentido intelectual, era un provocador. Por dónde pasaba dejaba huella de su inconformidad con lo hecho, con lo escrito, con lo vigente. Ese era su talante.
Pero no era un nihilista, porque al mismo tiempo que deshacía certezas, proponía : otro concepto, otra tesis, otro proyecto… otra salida. El que fue probablemente su último texto y al que le dió el carácter de «Manifiesto para incitar al debate», era una invitación, qué digo, una exigencia a la Universidad Pedagógica para que elaborara un Proyecto Cultural y Político, tema que dicho sea de paso, lo llevó a leer con avidez «Para una crítica de la violencia» y otros ensayos (Tauros, Madrid, 1991); «Historias y relatos» (Península, Barcelona, 1991) y «Discursos interrumpidos» (Tauros, Madrid, 1982) del crítico alemán Walter Benjamin. Le escuché hablar casi con embrujamiento de las técnicas del relato corto de Benjamin e Italo Calvino, sus autores de cabecera en los últimos días.
Su insatisfacción con lo hecho y lo aprendido lo llevaba, en términos positivos, a socializar textos, experiencias y saberes. En desarrollo de este tipo de inquietudes nos había invitado a Javier y a mí a editar un libro que trajera a Colombia algunos elementos del debate internacional sobre la violencia, para oxigenar una discusión que todos considerábamos estancada. El libro ya tenía título, «Para pensar la violencia»; y había sido presentado a consideración del IEPRI para su publicación. Pero con su ímpetu característico Darío había decidido publicarlo sin pedirle permiso a ninguno de los autores y editores. «Sin permiso», recordemos, se llamó uno de los movimientos estudiantiles en que militó por allá en los 80s. Javier en alarde de inusual cautela se negó a hacerlo en esos términos y fue fraternalmente marginado del proyecto por Darío. Yo debía seguir adelante con él… pero no nos dejaron… Otra tarea inconclusa… tantas tareas inconclusas…
Lo que se quiere destacar aquí es que este espíritu crítico atravesaba todo su horizonte vital y se proyectaba en todos sus espacios de acción. Por ello cada vez que un tema se adormezca hará falta un Darío Betancourt que rompa las inercias.
Metodológicamente, es poco lo que se puede agregar a la caracterización que Daniel Pécaut ha hecho del aporte de la obra de Darío, muy pertinente para un escenario como este Congreso de Historia. Tres son, según el profesor Pécaut, los parámetros de la investigación de Darío :
- No hay historia del presente que no esté anclada en la larga duración
- No hay historia política que no sea al mismo tiempo historia social, y
- No hay historia macro sin soporte en la historia micro
Uno podría decir que Darío era un practicante de la recomendación de Lord Acton a sus alumnos : «Estudiad problemas, no períodos».
Por otro lado, y cambiando de registro, en un país amenazado por la fragmentación y disolución de las redes sociales, en donde lo local parecería perder su rostro por la acción combinada de la globalización y la violencia, el empeño de Darío en mostrar el papel fundamental de la historia en la refundación de la memoria y de las identidades locales era una tarea subvertora. Recordemos su «Historia de Restrepo Valle : de los conflictos agrarios a la fundación de pueblos» que fue por lo demás Premio Jorge Isaacs de la Gobernación del Valle en 1998. Apartándose en efecto de toda intención de monumentalidad y de historia de bronce, su afán al escribir con tanto énfasis sobre lo local era llegar a las cosas simples de los lugareños, las pequeñas aspiraciones, las pequeñas luchas, las pequeñas-grandes cosas de la vida cotidiana. Como tarea individual nadie haya hecho en el país tanta contribución a la historia regional, con tal variedad de épocas y de aspectos, como la que hizo Darío. Su muerte probablemente no es ajena a esa insistente y denunciadora búsqueda de lo local.
Con el asesinato de Darío se ha atentado pues, contra esa triple y esencial relación de la historia con la política, con la enseñanza y con la crítica, y más allá, contra el papel de los intelectuales en la presente coyuntura. No perdamos de vista ésto. Las implicaciones del asesinato de Darío para el ejercicio intelectual especialmente para la investigación de Historia Presente (pero no sólo de ella) son inequívocas.
Quisiera enunciar al menos algunas de las más evidentes advertencias inherentes a su asesinato :
- La investigación de la Historia reciente ha sido arrastrada a una perversa confusión entre el papel del Juez y el papel del Historiador, entre la iniciación de un proceso de investigación académica y un proceso penal. Es así como muy a menudo cuando se abordan temas de la criminalidad o la rebeldía contemporánea, la función de comprensión propia del trabajo del Historiador se diluye en la de acusación propia del mundo jurídico-penal. El riesgo ha existido y hace unos 20 años aún lo percibíamos en el estudio de la Violencia de los años 50 y era lógico por cuanto rompíamos el pacto de silencio del Frente Nacional.
Pero hoy sus dimensiones son otras. De la amenaza, el hostigamiento y el extrañamiento se ha pasado al atentado y al asesinato. - Con acontecimientos de éstos se han ido modificando los términos mismos del debate : calificativos que en otro contexto podían aparecer como elementos propios de la polémica ideológica-política, hoy pueden bordear la connotación de simples señalamientos. El lenguaje se ha cargado de política y de pólvora.
- Con esta creciente parálisis del pensamiento crítico estamos regresando a lo que fue colectivamente subvertido por los practicantes de la «Nueva Historia», por allá a partir de los años sesenta. Estamos volviendo, digo, no a una sino a múltiples historias oficiales de los diversos actores del conflicto armado. En la medida en que se trata de una guerra todavía inconclusa, no puede haber en efecto un relato compartido de la misma. Sólo son admisibles las tomas de posición. La guerra comienza de este modo a ampliar su función de estranguladora del pensamiento crítico e independiente. Habrá oportunidad de volver sobre estos temas que generaron, a propósito del asesinato de Darío, el slogan : «Que el pensamiento deje de ser objetivo militar».
- Con el asesinato de Darío, de Chucho Bejarano y de otros intelectuales, así como con las amenazas a otro buen número de ellos se está llegando, de manera abierta en unos casos, o suprimida en otros, a una actitud inhibitoria de los forjadores de opinión, precisamente cuando más se necesita de su presencia y de su palabra, especialmente en los temas que constituyen la agenda del momento. El notable desplazamiento hacia los estudios del período colonial, que como parte del jurado del concurso de Historia de Ministerio de Cultura, pudimos observar, y de muy alta calidad por cierto, podría explicarse en parte (y subrayo, sólo en parte) como efecto de un retiro táctico del presente por parte de historiadores y científicos sociales en general.
- Por último, la catastrófica confluencia de la crisis intelectual por violencia, y la crisis financiera del sector científico-cultural de estos últimos años están poniendo al país al borde de una verdadera emergencia cultural. No voy a ahondar sobre las dimensiones de esta emergencia (migraciones de cerebros, restricciones de la práctica investigativa, cierre de editoriales, suspensión de especializaciones en el exterior…) que además empieza a ser abordada por la prensa y los analistas nacionales.
Por lo pronto sólo quería destacar cómo hace de falta ante tales circunstancias gente de ésta cuya ausencia lamentamos hoy…»
//»ANALYSE SYNCHRONIQUE D’UN AMI»
Hommage de Gonzalo SÁNCHEZ à Darío Betancourt le 22 Août 2000 à Bogotá au sein du XI ème Congrès Colombien d’Histoire.
«Il est difficile de parler de l’œuvre des morts partis pour des causes «naturelles».
Il est encore plus difficile de parler de celle de ceux qui sont partis du fait de la démence de ceux qui demeurent en vie. Il est difficile de parler de l’œuvre achevée d’un auteur. Il est très difficile de parler de l’œuvre qui n’a pas pu être. Il est difficile de parler d’une œuvre inachevée quand elle touche à des sujets proches des nôtres. Et il est encore plus difficile de parler de l’œuvre inachevée, quand comme c’est le cas, elle fait partie de la notre à tel point qu’il résulte impossible de préciser dans quelle mesure nous aurions pu être dans des entreprises conjointes, ou jusqu’à quel point ses travaux futurs auraient pu avoir une incidence sur les nôtres futurs, les aurait modifié, complété ou démenti pour le bien de la connaissance de notre pays et de la discipline historique. Quelque chose, donc, a été arrachée aux études sur la violence avec Darío Betancourt, quelque chose a été arrachée avec lui au développement et à l’enseignement de l’histoire.
Ces notes sont donc une invitation à continuer l’œuvre des morts que nous évoquons ici. Au final c’est le devoir des vivants : prolonger la mémoire de ceux qui sont partis avant. La mémoire et l’histoire, nous le savons, sont essentiellement sélectives.
Elles oublient beaucoup de choses. Il ne faut pas leur accepter passivement ce rôle… à la mémoire et à l’histoire il faut leur demander de revivre des choses. Ce sera donc une veillée de réminiscences.
Darío n’était pas seulement un studieux, c’était un militant de l’histoire et un rebelle né.
Comme élève Darío était en même temps terriblement incommodant et terriblement stimulant. J’espère que cela ne se comprendra pas comme une manifestation d’arrogance de ma part si je dis que sa thèse de «Maestría» sur les «pájaros» et les bandes dans le Valle (département du Valle del Cauca) était un débat ouvert avec ma thèse sur le brigandisme et avec mes périodisations de la Violencia.. Et je pressens qu’avec Daniel Pécaut il avait une relation similaire, d’admiration et d’insubordination. C’est ce qui animait son sens de la créativité : une ardeur de rupture permanente avec ses maîtres. Et cela ne se traduisait pas par du ressentiment ou par une perte d’amitié. Une ou deux semaines avant sa disparition je lui avais rendu avec des commentaires forts un travail qu’il préparait pour une publication collective et thématique sur la Colombie, aux États Unis. Sa réponse comme toujours a été : Pas de souci Gonzalo… je retravaillerai ça. Ils ne lui ont pas laissé le temps de le finir… Au lancement de son dernier livre j’ai été particulièrement sévère sur son propre territoire, l’Université Pedagógica, à tel point que quelqu’un d’autre m’a fait des réclamations pour ma dureté. Darío m’a écouté attentif et s’est montré réceptif… Mais une semaine après il est allé me chercher et m’a dit… vos critiques m’ont fait réfléchir… et le débat a commencé…, il a sorti un à un les arguments qui lui étaient restés au fond de la gorge cet après-midi là de réunion à la Pedagógica (l’Université)…. Ma relation d’amitié avec lui était donc d’échange et de controverse permanente… «Diverger, comme l’on l’a dit ce matin en citant Flores Galindo, était une bonne façon de nous rapprocher.»
Mais comprenons nous bien dès le début. Darío Betancourt n’a pas seulement écrit des textes d’histoire. Il fut un éducateur obsédé par le travail même de l’historien, comme instrument libérateur, sur trois plans : l’histoire comme action politique, l’histoire comme entreprise pédagogique, et l’histoire comme tâche critique.
Voyons en détail chacun de ces trois axes :
I. L’HISTOIRE COMME ACTION POLITIQUE
Le métier d’historien était lié pour Darío, avant tout, à un sens de l’engagement, qui se remarquait dans le choix de ses thèmes et dans son effort de mise en relation du produit historiographique avec les luttes populaires, préoccupation très manifeste dès l’un de ses premiers écrits, celui sur «l’Idéologie et Révolte des Communards»… Ce n’est bien entendu pas la seule œuvre dans laquelle l’on perçoit ce trait. Parce que Darío, je le répète, n’était pas seulement un studieux, c’était un militant de l’Histoire. Il faisait partie d’un courant professionnalisé et renforcé par le dialogue interdisciplinaire qui écrivait avec une fonctionnalité déclarée : que ce soit à propos de l’Histoire coloniale, républicaine, ou contemporaine, il faisait de l’Histoire pour le présent. Il nourrissait de passé, c’est à dire de mémoire, les acteurs sociaux et politiques d’aujourd’hui.
Cette vocation politique de son travail d’historien se manifeste également dans son œuvre au travers de la centralité du conflit, qu’il explore dans toutes ses étapes, modalités, et structures organisationnelles : depuis la Colonie jusqu’à aujourd’hui, et du local au national, en passant par le régional. Darío s’est occupé d’un champ de réflexion contemporain, la violence, sur lequel la production et l’information, massives, deviennent presque incontrôlables. Il a essayé en conséquence opiniâtrement de mettre de l’ordre à l’un des noyaux thématiques que la recherche historique de notre pays avait abandonné, et que dans la préface à son livre sur les «Tueurs et Cuadrilleros» j’ai nommés les Contres du processus social et politique, c’est à dire, ce monde des contre héros, auquel appartiennent les «Pájaros», les paras, les narcos et les «traquetos» qu’il a exploré depuis les hauts dirigeants, organisateurs et instigateurs jusqu’aux intermédiaires, et assistants instrumentalisés… Il s’occupait déjà de cela quand je l’ai connu; et il se dédiait à cela encore sous la direction de Daniel Pécaut, essayant de scruter les régularités et les différences avec d’autres expériences internationales. L’on doit sans doute souligner qu’à la différence de son corégionaire Alvarez Gardeazábal, qui a essayé de rendre de tels personnages compréhensibles, Darío les exposait à la condamnation publique et aux regards en mettant en évidence leurs petitesses, leurs mesquineries, leurs lâchetés, leurs dépravations, leurs atrocités. La sienne était une Histoire-Dénonciation. Son combat pour l’histoire, si je peux parodier la devise de Lucien Febvre, était : élever des casiers judiciaires. Pour Darío l’histoire ne pouvait pas avoir de complicités avec le passé… avec les silences intéressés.
Il demeure donc clair que son engagement pour faire de l’histoire n’obéissait pas à un élan de repli sur lui même, ou de fuite à un lointain monde du présent, cette espèce de symptôme de névrose ou de forme d’évasion que le grand médiévaliste Georges Duby considérait si inhérent au travail des historiens et des anthropologues.
Non. Chez Betancourt le passé n’avait de sens qu’en tant qu’il permettait de resignifier le futur. Le pari pour l’histoire était un pari pour la transformation de la société en vigueur. Intellectuellement il se déclarait l’héritier de la tradition britannique d’histoire sociale. Les auteurs qu’il lisait et citait le plus étaient Edward Thompson, Eric Hobsbawm, le britannique-norvégien George Rudé, et dans sa dernière étape, à raison de sa thèse à Paris, les studieux de la criminalité italienne organisée.
II. L’HISTOIRE COMME ENTREPRISE PÉDAGOGIQUE
Le rôle de Darío dans le Mouvement Pédagogique, duquel il fut un animateur notable, peut s’illustrer brièvement avec ses textes, ses projets culturels et avec ses préoccupations de recherche.
- Des textes tels que celui d’»Histoire du Moyen-Âge» et celui de l’Histoire de la Colombie à l’époque coloniale, produits pour le programme d’Éducation à Distance de l’Université Santo Tomás, orienté vers l’éducation primaire, lui permettaient de répondre à une double exigence : se mouvoir à tous les échelons de la structure scolaire, depuis les plus élémentaires jusqu’aux plus complexes, et d’un autre côté, celle qu’il appréciait le plus, la possibilité de parvenir au peuple, rompant tous les élitismes de l’Université et de l’éducation en présentiel. Avec un module, répétait-il avec insistance, l’on pouvait arriver à plus de monde qu’avec un livre. L’Université Santo Tomás, comme il était prévisible, n’a pas toléré cette expérimentation et l’a renvoyé, de même que son collègue Renán Vega. Et si vous voulez élargir la liste vous pouvez m’inclure, renvoyé pour des raisons identiques à la fin de 1975, alors que je revenais d’Angleterre, nonobstant les libertés expresses qu’ils m’avaient offertes et nonobstant le fait que dans cette Université on célébrait avec un certain enthousiasme la «révolution des œillets» du Portugal.
- De même le fait d’être historien dans une université telle que l’Université Pedagógica, à laquelle il s’est muté suite à son départ forcé de l’ Université Santo Tomás, l’obligeait à réfléchir aux relations entre l’histoire qui se produit et celle qui s’enseigne. Ceci était une de ses préoccupations centrales des dernières années et il était sur la scène académique adéquate pour le faire. De là est issu son texte L’»Enseignement de l’histoire à trois niveaux», une réflexion sur les relations organiques, entre l’histoire qui a été produite (l’historiographie); les processus de formulation du programme des cours qui se dispensent, et enfin la critique des textes qui servent de moyen pour la transmission du savoir historiographique. Ce fut, de manière additionnelle, du matériel pour la création de la «Maestría» en Enseignement de l’Histoire, tâche à laquelle, après son retour de France et comme Directeur du Département de Sciences sociales il fut secondé à nouveau par son collègue Renán Vega. Avec l’objectif de créer un espace où les étudiants pourraient s’approcher des sources, s’»impregneraient de boue», comme il disait, il donna un élan décisif à la création du Centre de Documentation Germán Colmenares.
- En tant que dernière phase de cette fonction pédagogique il faut souligner son enthousiasme dans la conception de l’Observatoire sur la Violence et le vivre ensemble dans le milieu scolaire et en général sur le thème de la violence juvénile.
Après ses incursions dans les grands thèmes de la politique, ou peut-être parallèlement à eux, (comme le signale Pécaut) il proposait de suivre à la trace les manifestations de la violence de noyaux primaires tels l’école, qu’il voyait à la fois comme multiplicateurs de conflits mais aussi comme multiplicateurs de possibilités inexplorées.
Un autre aspect que nous ne pouvons omettre est, bien sûr, celui de la particulière relation Maître-Élève que Darío a instauré à l’Université Pedagógica. Seul celui qui est passé par l’Université Pedagógica et a parlé avec les différentes instances universitaires pourra constater l’impact que Darío a produit dans la vie institutionnelle et quotidienne de ce centre universitaire. Darío voulait maintenir les étudiants de l’Université en permanente attitude de réflexion et de débat :
Il a créé des groupes de travail comme l’atelier d’histoire «Salvemos» («Sauvons») et un autre qu’il appela «La culebra» («La couleuvre»). Depuis ces ateliers il induisait les étudiants à accomplir une nouvelle fonction. Il l’a ainsi précisé dans un entretien dont la deuxième partie est restée inachevée. Il faut plaider, disait-il dedans, «pour un mouvement étudiant dont la fonction essentielle serait d’étudier, revendiquant l’Académie et qui ne pourrait servir les intérêts des classes subalternes que depuis l’Académie; c’est à dire, depuis la connaissance claire de la structure politique, du fonctionnement de l’État, de la manière dont la dépendance et le problème de l’impérialisme se présentent… c’est celle là sa contribution au mouvement populaire…». Il défendait avec ardeur la légitimité de la protestation et l’exercice de la condamnation de l’injustice sociale, encore plus, il les considérait comme un devoir, mais cela ne l’empêchait pas de dénoncer comme contre-productif et stérile ce qu’il appelait le quasi-spectacle des rituels de quelques encagoulés qui attentaient de fait contre le passant et le simple citoyen de la 72. Il s’impliquait dans les assemblées estudiantines, promouvait l’organisation des étudiants et posait la nécessité de transformer l’Université depuis ses bases. Darío était une figure publique au sein de l’Université Pedagógica.
Il fut généreux avec ses élèves. Quand il était en France menant son doctorat avec le professeur Pécaut il écrivait périodiquement des lettres chaleureuses à ses élèves leur transmettant ses expériences personnelles, ses vécus, ses trouvailles, son analyse de ce qu’il voyait en Europe. Et pour qu’il ne demeure pas de doute sur son respect envers les étudiants il a chargé un de ses élèves de la préface de son dernier ouvrage. Pourquoi cela devrait-il toujours être les maîtres, signalait-il mi-ironique mi-provocant. Il leur exigeait aussi : dans l’élaboration d’un des journaux, que l’on ne pouvait appeler mural mais suspendu, puisqu’il était exhibé pendant à un fil au sein de la cour centrale de l’Université, il demandait qu’un membre du groupe de travail écrive sur le local, un autre à propos du national et un troisième sur l’international. Ce regard multiple imbibait toutes ses réflexions.
Il lutta jusqu’à réussir à institutionnaliser que les dénommées «prácticas docentes» («pratiques d’enseignement») soient remplacées par des thèses comme condition pour être diplômé, permettant aux diplômés de s’imprégner des problèmes de la réalité nationale. Il dirigeait lui-même un bon nombre de monographies.
Il créa des espaces informels pour partager le quotidien avec les élèves et pour stimuler la participation collective de ces derniers… Lui seul avait le charisme pour donner continuité et substance à une scène de vie académique comme les «Tertulias» périodiques des vendredis dans l’auditorium… J’y ai été quelques fois suite à l’invitation de Darío, l’une des fois, soit dit en passant, pour faire un commentaire critique de son dernier livre. Ont défilé là des chercheurs nationaux mais également tous les chercheurs internationaux qui passaient par la Colombie : suite à ses requêtes des chercheurs ont fait des interventions sur divers sujets tels que Charles Bergquist, Josep Fontana, Joe Broderick, Heraclio Bonilla, Pierre Raymond… Parfois dans ces réunions on établissait un dialogue direct avec des représentants des acteurs sociaux en conflit, les pêcheurs, par exemple. Et quand il n’y avait pas d’invités spéciaux, l’on improvisait des discussions sur un sujet brûlant de la réalité nationale.
Les élèves lui ont grandement rétribué ce qu’il leur a enseigné, appris, apporté. Suite à sa disparition ils se sont repartis par milliers dans la ville et, aux dires de Javier, ils ont «scanné» Bogotá quartier par quartier, rue après rue, pâturage après pâturage, à la recherche du disparu. Ils ont collé des affiches et les ont même distribuées dans tous les villages par lequels ils passaient pour leurs stages de terrain. Ils ont fait ce qu’ils ont appelé «el abrazo de la Universidad» («l’Accolade de l’université»), et ont marché à la «Denfensoría del Pueblo» pour attirer l’attention des autorités sur son cas. Ils ont apposé des graffitis tel que celui-ci «Un seul être nous manque et tout est dépeuplé». Ils lui ont écrit de sincères poèmes, comme celui que nous avons lu au début. Ils ont chanté pour lui. Ils ont exprimé à propos de ce qu’ils ont vécu comme un dépouillement brutal, la rage juvénile qui demeure encore face à la barbarie.
III. L’HISTOIRE COMME TÂCHE CRITIQUE
Darío était un polémiste né, un rebelle; parfois et dans le bon sens intellectuel du terme, il était un provocateur. Partout où il passait il laissait une empreinte de sa non conformité avec ce qui avait été fait, écrit, en vigueur. Il excellait dans cela.
Mais il n’était pas un nihiliste, parce qu’en même temps qu’il défaisait des certitudes, il proposait : un autre concept, une autre thèse, un autre projet… une autre sortie. Celui qui fut probablement son dernier texte et auquel il donna son caractère de «Manifeste pour inciter au débat», était une invitation, que dis-je, une exigence à l’Université Pédagogique pour qu’elle élabore un Projet Culturel et Politique, sujet qui soit dit en passant, l’a amené à lire avec avidité «Critique de la violence et autres essais» (Tauros, Madrid, 1991), «Histoires et récits» (Península, Barcelona, 1991) et «Discours interrompus» (Tauros, Madrid, 1982) du critique allemand Walter Benjamin. Je l’ai écouté parler presque avec ensorcellement des techniques de récit court de Benjamin et d’Italo Calvino, ses auteurs de chevet des derniers jours.
Son insatisfaction avec le fait et l’appris l’amenait, en termes positifs, à socialiser des textes, des expériences et des savoirs. Comme prolongement de ce type de questionnements ils nous avait invités Javier et moi à éditer un livre qui emmène en Colombie quelques éléments du débat international sur la Violencia, pour oxygéner une discussion que nous considérions tous comme stagnante. Le livre avait déjà un titre, «Pour penser la violence»; et il avait été présenté au IEPRI (Institut d’Études Politiques et de Relations Internationales) pour sa publication. Mais, avec son impétuosité caractéristique Darío avait décidé de le publier sans demander la permission des auteurs et des éditeurs. «Sans Permission», rappelons nous, s’appela un des mouvements estudiantins dans lequel il milita dans les années 80. Javier faisant étalage d’une inhabituelle précaution se nia à le faire en ces termes et fut fraternellement marginalisé du projet par Darío. Je devais poursuivre avec lui… mais l’on ne nous l’a pas permis… Une autre tâche inachevée… tant de tâches inachevées…
Ce que je veux souligner ici c’est que cet esprit critique traversait tout son horizon vital et se projetait sur tous ses espaces d’action. C’est pour cette raison que chaque fois qu’un sujet s’endorme il manquera un Darío Betancourt qui rompe les inerties.
Méthodologiquement, l’on peut rajouter peu de chose à la caractérisation que Daniel Pécaut a faite de l’apport de l’oeuvre de Darío, très pertinente pour un cadre comme ce Congrès d’Histoire. Selon le professeur Pécaut, les paramètres de la recherche de Darío sont trois :
- Il n’y a pas d’histoire du présent qui ne soit pas ancrée dans la longue durée
- Il n’y a pas d’histoire politique qui ne soit pas en même temps de l’histoire sociale, et
- Il n’y a pas d’histoire macro sans le support d’une histoire micro
L’on pourrait dire que Darío était un pratiquant de la recommandation de Lord Acton à ses élèves : «Étudiez des problèmes, non des périodes.»
D’un autre côté, et en changeant de registre, dans un pays menacé par la fragmentation et dissolution des réseaux sociaux, où le local semble perdre son visage par l’action combinée de la globalisation et de la violence, l’acharnement de Darío pour montrer le rôle fondamental de l’histoire dans la refondation de la mémoire et des identités locales était une tâche subvertrice. Rappelons son «Histoire de Restrepo Valle : des Conflits Agraires à la Fondation de Villages», qui fut de plus prix Jorge Isaacs du Gouvernement du Valle (département du Valle del Cauca) en 1998. S’écartant en effet de toute intention de monumentalité et d’histoire en bronce, son ardeur en écrivant avec autant d’emphase sur le local était d’atteindre les choses simples des villageois, les petites aspirations, les petites luttes, les petites-grandes choses de la vie quotidienne. Comme tâche individuelle sans doute personne n’a autant contribué dans le pays à l’histoire régionale, avec une telle variété d’époques et d’aspects, que Darío. Sa mort n’est probablement pas étrangère à cette insistante et dénonciatrice recherche du local.
Avec l’assassinat de Darío l’on a donc attenté contre cette triple relation de l’histoire avec la politique, avec l’enseignement et avec la critique, et au-delà, contre le rôle des intellectuels dans la conjoncture actuelle. Ne perdons pas cela de vue. Les implications de l’assassinat de Darío pour l’exercice intellectuel, spécialement pour la recherche en Histoire Présente (mais pas seulement elle) sont sans équivoque. Je voudrais énoncer au moins quelques uns des plus évidents avertissements inhérents à son assassinat :
- La recherche en Histoire récente a été entraînée dans une perverse confusion entre le rôle de Juge et celui d’Historien, entre le déclenchement d’un processus de recherche académique et un procès pénal. C’est ainsi que très souvent la fonction de compréhension propre au travail d’historien se dilue dans celle d’accusation propre au monde juridico-pénal lorsque l’on aborde des sujets de criminalité ou de rébellion contemporaine. Le risque a existé et il y a une vingtaine d’années encore nous le percevions dans l’étude de la Violencia des années 50 et c’était logique en tant que nous brisions le pacte de silence du Front National.
Mais aujourd’hui ses dimensions sont autres. De la menace et le harcèlement on est passés à l’attentat, et à l’assassinat. - Avec des événements tels que celui-ci l’on a modifié les termes mêmes du débat : des qualificatifs qui dans un autre contexte pourraient sembler comme des élements propres à la polémique idéologico-politique, peuvent aujourd’hui friser la connotation de simples signalements. Le langage s’est chargé de politique et de poudre.
- Avec l’assassinat de Darío, de Chucho Bejarano et d’autres intellectuels, ainsi qu’avec les menaces à un autre bon nombre d’entre eux l’on en arrive, ouvertement dans certains cas, ou de manière voilée dans d’autres, à une attitude inhibitrice des forgeurs d’opinion, justement quand l’on a le plus besoin de leur présence et de leur parole, spécialement dans les sujets qui constituent l’agenda du moment. Le notable glissement vers les études de la période coloniale, que nous avons pu observer, en tant que membres du jury du concours d’histoire du Ministère de la Culture, et de très haute qualité au passage, pourrait s’expliquer en partie (et je souligne, juste en partie) comme un effet d’un retrait tactique du présent de la part d’historiens et de scientifiques sociaux en général.
- Avec la croissante paralysie de la pensée critique nous sommes en train de revenir vers ce qui fut collectivement subverti par les pratiquants de la Nouvelle Histoire, à partir des années soixante. Nous revenons, dis-je, pas à une mais à des multiples Histoires Officielles des divers acteurs du conflit armé. Dans la mesure où il s’agit d’une guerre encore inachevée, il ne peut en effet y avoir un récit partagé de celle-ci. Seules sont admissibles les prises de position, ou si l’on veut, les récits sont lus presque inévitablement comme des prises de position. La guerre commence de cette façon à élargir sa fonction d’étrangleuse de la pensée critique et indépendante. Nous aurons l’opportunité de revenir sur ces thèmes qui ont généré, à propos de l’assassinat de Darío, le slogan de l’IEPRI : «Que la pensée cesse d’être une cible militaire».
- Enfin, la catastrophique confluence de la crise intellectuelle du fait de la violence, et de la crise financière du secteur scientifico-culturel de ces dernières années sont en train de mettre le pays au bord d’une véritable urgence culturelle. Je ne vais pas approfondir sur les dimensions de cette urgence (fuite de cerveaux, restrictions de la pratique de la recherche, fermeture de maisons d’éditions, suspension de spécialisations à l’étranger…) qui commence à peine à être abordée par la presse et les analystes nationaux.
Pour le moment je voulais juste souligner à quel point il manque face à de telles circonstances des personnes telles que celles-ci dont nous déplorons l’absence aujourd’hui…»//